La sonrisa de un caballero

Una vez dije, y lo mantengo, que todos los aficionados al fútbol deberían sentir por una vez en su vida la felicidad que da un título o un logro importante. Creo recordar que lo pensé durante la Eurocopa del año pasado, supongo que impregnada de total euforia por la victoria italiana. Os voy a ahorrar detalles tediosos, pero en ese verano me encontraba en una situación de tensa espera, a la expectativa de que Argentina abriera sus fronteras a los extranjeros y pudiera comenzar una nueva vida que quedo aplazada por la pandemia. El día que Italia se enfrentó a Austria, el gobierno argentino anunció nuevas medidas que, de facto, provocaban casi la total imposibilidad de entrada en el país. No fue precisamente mi mejor día y únicamente calmó las lágrimas un tal Federico Chiesa que decidió inventar un gol casi ni imaginado para derrotar a los austriacos. Mientras me aprendía todas las leyes de migración argentinas, Italia acabó ganando esa Eurocopa. Durante esas semanas, sentí que muchos amigos y conocidos ponían un poquito de sus ganas para que Italia ganara con tal de hacerme feliz. El fútbol está fabricado del material de la felicidad, pero funciona mejor si es compartido con amigos.

Argentina sonríe y sonreír hoy es un hecho contracultural

Este Mundial lo estoy viviendo ya en Argentina y cambiando mi papel, de ser animada por amigos, a ser un apoyo para ellos, que sufren y se ilusionan con la selección argentina. Toda la ilusión que yo tuve la veo reflejada ahora en ojos ajenos y en este espíritu de fraternidad que a veces impulsa el fútbol se ha trasladado al país entero. Quedamos para tomar mate, para comer asado, te preguntan en los bares si ahora hinchas por ellos, buscando meter en este ejército de ganas y esperanza hasta a soldados paganos. Argentina sonríe y sonreír hoy es un hecho contracultural. Vivimos tiempos complicados, todavía no acabamos de recuperarnos de una epidemia que nos arrebató seres queridos, besos y abrazos, y ahora incluso tenemos que lidiar con una guerra cruel y absurda impulsada por fanáticos que está destrozando un país y complicando la economía y el bienestar de otros tantos. En Argentina, lejos del epicentro europeo, la vida sigue como siempre, o sea mal. Falta la guita, la plata, no alcanza para vivir, los políticos no dan soluciones, los argentinos viven pendientes del dólar blue, del dólar soja y de los quince mil tipos distintos de dólar que para pasmo mío hay.

En este panorama, ser feliz es un privilegio y un acto de rebeldía. Hemos perdido tanto el norte, estamos perdiendo tanto la esperanza, que presumimos de haber convertido Twitter en un sitio al que se llega para odiar. Supuestamente, lo decimos con sarcasmo, pero viendo los mensajes, oyendo los comentarios de los bares, charlando con amigos, parece que no hay mucho sarcasmo, estamos enfadados, enrabietados, agresivos contra todo y todos y parece que desgraciadamente nos parece bien estar así. Si alguien en Twitter comenta que le gusta una peli, o un actor, o comer palomitas de maíz los viernes por la noche, recibe airados tuits de gente que considera imprescindible que quede claro que ellos odian a tal peli, a tal actor y por supuesto, que aborrecen las palomitas de maíz. Es algo global, pero que quizá en España resalte más. Tenemos fama de buen rollo, de sentido del humor, pero realmente y lo pienso más desde que vivo en el extranjero, a los españoles nos encanta estar enfurruñados, y de ahí nuestras exageradísimas reacciones ante cualquier pobre guiri al que se le ocurra decir una tontería sobre la latinidad de Rosalía o hacer mal una paella.

Sin embargo, cuando llegue a Argentina me llevé una impresión distinta de los argentinos. Me resultaron corteses, cariñosos, dulces, con un trato calmado, casi delicado. Es cierto que el fútbol les nubla y que a veces cruzan el límite de la pasión positiva, pero el día a día en el país el trato es excelente y hacen muy difícil sentirte extranjera. A los quince días de llegar tuve mi primer asado y me hicieron sentir como uno más de la cuadrilla. Argentina se hizo con pedazos de migrantes, así que parece que queda algo de alma errante y siempre tienen un abrazo cálido para los que sufrimos la nostalgia del hogar perdido.

«Morirse antes del lunes ya no es una opción válida en Argentina»

Esa calidez se notaba más que nunca durante las celebraciones de las victorias contra Países Bajos y Croacia, las calles se llenaron de camisetas, espumas y risas, todos en una comunión infinita alrededor de los pies de Lionel Andrés Messi, probablemente la persona más amada en estos momentos en todo el mundo. Pasaron muchas cosas durante las celebraciones, hubo quien se subió a una de las estatuas que bordean el Monumento a la Bandera en Rosario, provocando el susto en el cuerpo y que la Gendarmería interviniera porque morirse antes del lunes ya no es una opción válida en Argentina. También hubo un cartonero que empujaba su carricoche, hasta arriba de cachivaches y papeles, por una cuesta, mientras los aficionados con una sonrisa se ofrecían a empujarle porque estamos todos subidos en la Scaloneta.

Yo me quedo con una imagen. Volviendo a casa pasamos por un bar de nuestra calle, ahí, en la misma silla de todos los días, con la misma postura, a la misma hora, estaba un caballero, ya de una edad, que siempre está ahí en ese momento, con implacable rutina. Pero había algo distinto. Esta vez, el caballero lucía una enorme y resplandeciente sonrisa, tan grande que abarcaba desde el Chaco hasta Ushuaia, de Pampa y de San Telmo, que abrigaba a los que se fueron y a los que se quedan. Una sonrisa que sueña con portadas de todo el mundo en celeste y blanco, que por una vez los argentinos sean mejores que todos los demás, que no se hable de corralitos, de fondos internacionales, de vivir al cuello. Una sonrisa de corazón, potrero y gambeta. Todo el mundo merece ser feliz, pero, sabrán disculparme, quizá hoy los argentinos se lo merezcan un poco más.

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